Hace días tenía la intención de escribir algo interesante, algo que trascendiera a lo común que se lee en este blog... pero nada se me ha ocurrido. Así que hablemos de las vacaciones, esas que desde que uno sale de la adolescencia no vuelven a ser igual.
Cuando se es puberto, y en mi caso así lo fue, siempre se espera cumplir 18 años para poder irte de vacaciones a la playa, ponerte pedas desenfrenadas, y terminar enpiernado con la chava más buena del lugar dónde te empedaste. Lo alucinas, ya tienes el plan, las frases correctas para llevarte a la cama a la chava más buena y más difícil, la que nunca, por ninguna circunstancia, te pelaría, pero que en esa ocasión caerá rendida a tus pies, complaciéndote en todos las puercas ocurrencias que se han antojado desde que concebiste qué significa estar con una mujer en una habitación, y que no es de tu familia.
Llega ese gran día, la mayoría de edad, en que lo primero que haces antes de esperar los regalos [que por cierto son casi nulos], es correr, peinarte [por aquello del "pero te peinas cuñao"], y salir volado a tramitar tu credencial de elector, claro, para que te dejen entrar a la disco y cumplir tus cochinas intenciones planeadas desde años atrás. Por fin, la tienes en tus manos y sólo resta dar paso a que el tiempo pase y lleguen esas vacaciones.
Una semana y sales de la escuela, para ese receso creado para ser un tiempo de regocijo religioso y que desde hace mucho tiempo, más del que recuerdas, y que sólo tus abuelitos respetan. Qué te importa si a un tal Jesús lo acusaron injustamente, lo torturaron, lo crucificaron y después, revivido, ascendiera en cuerpo y alma al cielo para estar a la diestra de Dios; total, eso paso hace un chingo y nada tuviste que ver con eso [claro, tú nunca podrías haberlo acusado injustamente]. Las clases son cada vez más largas, a pesar de que los maestros son los que se mueren por dejarte salir quince minutos antes, porque a ellos también se les cuecen las habas por irse a disfrutar de su propia fiesta. Viernes, sí, ese que antes era respetado por todo el mundo [o al menos todos los mexicanos], como el de la Virgen de los Dolores, ese viernes en que se regalaban vasos con agua, asemejando las lagrimas vertidas por María al ver morir a su hijo Jesús [Quedó claro líneas atrás que nada tuviste de culpa por el terrible destino de ese cuate]. Pero ese viernes vas ya rumbo a tu casa, no esperando que te regalen un vasito con agua de tamarindo, no. Vas cuidándote de gañanes que, como tú mismo lo hiciste alguna vez, sale con globos llenos de agua, cubetas con agua [en el mejor de las casos], para mojar a cuanto baboso se les aparezca en el camino.
Llegaste a tu casa, seco. Por fin. Tienes ese fin de semana para llamarle a tus amigos, poner en marcha los planes de huida a la playa que venían tramando meses atrás. Vas directo a tu cuarto, qué demonios te interesa si no comes, pues ya tendrás muchos días para curarte una cruda descomunal, y sí, en ese momento tendrás chance de comer. Ahorita tienes que tener todo listo. Y enlistas:
1. Traje de baño chingón [entiéndase, la bermuda de florecitas rastas que está "bien chingona" (según tú y tu hermano que por culera, te la regalo)].
2. Bronceador [claro que no es para ti, al menos que quieras ponerte morado, porque prieto ya estás]. (En este punto cabe aclarar que, el bronceador no es para ti, eso es de jotos, o de quien sí logrará notársele un bronceado; es para ponerle en la espalda a la chica que te vas a joder dentro de unos días, a webo).
3. Esas chanclas surfas que están de moda.... desde hace como cinco años.
4. A webo que corres por la hielera y le sacas todas las caguas llenas de agua hedionda.
5. Un pantalón de mezquilla, un par de clazones, tu cepillo de dientes y otras cosas menos importante.
Listo, lo de primera necesidad ya lo tienes. Esta ha sido apenas la primera fase. La que requiere quizá menos tiempo, ya que todo lo haces en tu casa. Viene la segunda fase, la de logística:
1. Hablar con Román, tu cuate el cabrón, ese al que sus papás le prestan la camioneta desde los 12 años y en la cual se ha roto la madre como tres veces. Pero te vale madres, es el único wey que te salvará de no irte en camión y pasar los momentos más incómodos de tu juventud. Esa charla es decisiva, ya que de esos momentos que pueden tornarse largos, depende tu ida. Dos minutos después, ya que te dijo "no mames cabrón, hace dos horas te dije que si vamos cabrón, te hablo la semana que entra" el primer punto está concluído.
2. Sales corriendo a la casa de tu vecino, ese cabrón que es un cojelón, y le pides tooooodos los condones que pueda prestarte. Una vez terminado este punto estará casi terminado el plan... regresas a tu casa con un "estás pero que si bien pendejo... compra los tuyos".
Digo, después de los dos puntos anteriores te quedas pensando, "creo que me estoy adelantando un poco". Pero como siempre, haces caso omiso a tu subconciente, que sí, siempre tiene la razón, pero eso lo descubres ya que la cagaste.
Los siguientes cinco días son inmensamente desesperantes. Das vueltas como león enjaulado por tu habitación. Te la pasas jugando solitario para matar el tiempo y cuando ves el reloj, han pasado los cinco minutos más largos de tu vida. Y así, el tic tac del reloj te taladra el cerebro, y eso que es digital.
Por fin, jueves por la mañana. Estás tentado de hablarle a Román, pero desistes... él te dijo que te hablaba. Afinas detalles, los mismos detalles que has afinado hora tras hora desde el viernes anterior.
Y es justo, en ese instante cuando suena el teléfono, la sangre se te agolpa en las sienes. Ya escuchas la voz chillona de Román avisándote que en unos minutos pasa por ti. Comienzas a sacar tus cosas del cuarto. En cualquier momento tu mamá te gritará para que contestes el teléfono. Tomas aire y, claro, tenías razón, desde la sala grita tu mamá: ¡hijo, apúrate, ya viene para acá! Es raro que tu mamá haya tomado el recado, pero Román es muy desesperado, así que nada más avisó que ya iba por ti. Por fin, unas cuantas horas y el sueño de toda tu cachonda pubertad estará siendo realidad.
En cuanto la mirada de tu mamá se cruza con la tuya, un aire enrarecido se hace presente. Sientes que su párpado derecho comienza a temblar, como cuando te va a recriminar algo; sus labios, secos de haber hablado por teléfono, son humectados por su lengua, están a punto de decirte algo. Lentamente toma aire por la nariz y los labios, como en una película de suspenso, comienzan a abrirse lentamente. Al principio un sonido gutural, casi terrorífico resuena en tus tímpanos. Y poco a poco comienzan a tener sentido. No lo entiendes del todo bien. Por fin, unos segundos después entiendes el mensaje, que al principio te dijo cifrado tu mamá: "y ahora tú, ¿a dónde crees que vas?"
La vida te ha enseñado que, cuando te sientas acorralado ante el embate que representa una pregunta como esa, resuelvas el momento con un, "por ahí". Tú, claro, lo haces. Comienzas a avanzar por el pasillo que te lleva hasta la puerta principal de la casa, resuelto, sin problemas, sólo piensas en sol, playa y viejas... "¿A dónde dices que vas?" Ooooooh no. Cualquier cosa, pero ese tono sarcástico no. La sangre que hace unos momentos se encontraba en tu cabeza, se desploma a tus tobillos. Un frio de muerte recorre tu espina dorsal. Instintivamente volteas y tienes de frente a tu mamá. Un silencio que dura sólo unos segundos hace el ambiente frio.
"¿Desde cuándo te mandas solo? En esta casa hay reglas, y una de esas es pedir permiso". Es justo el momento que estabas esperando. Sacas tu cartera y dentro de esta haces lo propio con tu credencial de elector. La abanicas en la cara de tu mamá decidido a seguir tu camino a la puerta. Pero tu mamá tiene la jugada final. "Está bien, si un pedazo de papel tiene más validez que el permiso de tu madre, vete. Pero a mí no me pidas ni un cinco, pídeselo al IFE". Esas palabras fueron definitivas. Es justo el instante es que vuelves a tener diez años, regresas corriendo con tu mamá y la abrazas... y comienza la humillante tarea de rogar por unos pesos [que esperas que en realidad sean algunos cientos de pesos]... Lo peor es cuando te confirma que en realidad quien va a llegar por ti es tu primo pepe para que le ayudes a sabe que madres que a ti ni te afecta ni te beneficia el que se hagan o no. El ruego comienza. Las suplicas se hacen presentes. Una lagrima da paso todas las demás, a las que el llanto de desesperación hace emanar cual cascada. De repente la puerta se abre, es tu primo, el cual, al ver la escena decide esperarte en la calle. Sólo que comente un pequeño descuido, dejar la puerta abierta.
Es en lo más álgido de tu ruego cuando una voz chillona resuena en el pasillo, viene desde la calle. Ya nada puede ser peor. Sólo terminas por escuchar, "creo que no va a ir, no le dieron permiso, jajajaja". Un portazo y el sonido del motor que se aleja. Y claro, la cereza del pastel: entra pepe preguntando, "¿ya nos vamos?".
Humillado por las circunstancias, abatido por la desesperanza, te diriges a tu cuarto y cierras dejando detrás un fin de semana de lujo. Sí, esas son tus primeras vacaciones de adulto, esas en las que la mujer más hermosa que conoces queda embarazada y maldecirás al cielo porque de haber estado allí, el papá de esa criatura hubieras sido tú.
Dos años más tarde descubrirás que nada de lo que planeaste es lógicamente posible. Porque tomarás tanto y a tal velocidad, que para el anochecer ya estarás fajando con la gordita que nadie pela y al siguiente día despertarás entre el reproche de voces y un ardiente olor ácido a wacara.
Cualquier parecido con la coincidencia, créanme, es mera realidad.