jueves, 14 de octubre de 2010

Noveno acto (La pelea. El principio de la desgracia)

Las noches fueron cada vez más insoportables. Y no porque discutieran, no, al menos así habrían entablado comunicación verbal.
Cada noche, cuando tenía la amabilidad de llegar, Alonso llegaba y esperaba ver su cena servida, así que, sin la esperanza de que él le agradeciera siquiera el cocinarle, ella servía noche a noche la cena. Ella dejó de comer lo que le preparaba, era una manera de romper todo lazo que pudiera quedar entre ellos.
Esa mañana parecía ser como todas las anteriores, desde que se habían distanciado. Ella despertó mucho antes que él y se encaminó hasta la cocina para recalentar la cena de la noche anterior que no fue tocada. El desánimo matutino, al menos mientras él seguía en casa, la orillo a tomar con seriedad cada una de las vueltas que daba el plato metido en el horno de microondas. Mientras se concentraba en el plato, no escuchó que Alonso le llamaba desde el cuarto. Quizá sí logró oír algo, pero le habría parecido tan raro que él la llamara, que mentalmente prefirió hacer caso omiso.
El reclamo fue exagerado, pero no tanto como la reacción que tuvo Regina. Él estaba molesto al ver que ninguna de sus camisas estaba planchada. Hacía un mes que Regina se quejó del excesivo trabajo de casa, y Alonso para evitar enfrascarse en una discusión sin sentido, accedió a contratar a una persona que ayudara en las labores de la casa.
— ¿Cómo es posible que ni siquiera tengas listas mis camisas? — reclamó Alonso con una mirada de decepción.
— No lo sé. Doña Rosa debió haberlo olvidado.
— Pero, ¿acaso es mucho pedir que tu lo hagas si ves que no lo hizo? — el tono subía de tono.
— ¡Criada no soy!
Una pequeñez, desencadenó un gran problema que a cada minuto que pasaba, crecía exponencialmente. Nunca antes habían discutido, aún cuando cada quién tenía sus propios motivos para hacerlo. En esta ocasión, todo cambió. Y así sería desde ese momento en adelante.

jueves, 7 de octubre de 2010

Octavo acto.

Fueron sólo unos meses, los que estuvieron felices a plenitud. Los problemas comenzaron cuando, por razones de trabajo, Alonso tuvo que ausentarse un par de semana de la ciudad. Los dos estaban animados porque eso significaba el preámbulo de un ascenso. La gerencia estaba cerca.
Pero una vez llegado a tan anhelado puesto, todo cambió. Sus llegadas tarde a casa, las constantes reuniones fuera de la ciudad y sobre todo, la falta de comunicación fueron mermando una relación que, apenas diez meses atrás, la habían jurado feliz para la eternidad.
"Viviré sólo para nosotros", le decía y ella sólo podía cerrar los ojos y abrazarlo. Él la sentía, la olía, y sabía que eso sería para siempre.
Recuerdos, es todo lo que les quedaba. Ahora, sólo había fríos besos en la mejilla. Todo se tornó insoportable. La cama, cuando la compartían, era para dormir dándose mutuamente la espalda. Ella casi gritaba por que la tomara y le hiciera el amor como nunca se hubieran imaginado. Él, sólo recordaba que mañana tenía junta a las diez en punto. Ella se masturbaba en silencio para saciar sus reprimidas necesidades de placer. Él, se quedaba dormido.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Séptimo acto.

Nunca imaginó que un hombre podría a volverle a interesar. Hasta ese día, los hombres importantes en su vida la habían hecho desdichada. Hasta esa tarde.
Mientras daba su acostumbrada caminata vespertina hasta la banca al final del parque, Carlos, un hombre maduro y de pocas palabras, tropezó con una imagen que le causó ternura y desagrado a la vez. Hasta para él fue raro eso.
La joven estaba sentada al pie de la banca, sobre los adoquines. La banca le servía de escritorio en el que había un rompecabezas, pero al contrario de los comunes, este era para desarmar. Un puñado de, lo que parecían cartas, por los pedazos de sobres que aún se alcanzaban a reconocer, estaban diseminadas por todo aquella improvisada mesa de trabajo. Cuando Carlos intentó conocer el rostro de la joven, que hasta ese momento sollozaba mirando el suelo, esta volteó de repente provocándole dar un brinco hacia atrás.
—Disculpe, esto no es asunto suyo— dijo con voz entrecortada por el llanto.
—Aún no—dijo Carlos extendiéndole la mano, más para que se incorporara, que para saludarla, —pero si me lo cuentas, eso podría cambiar.
Sin siquiera poner atención en el brazo extendido del extraño, Regina se incorporó.
Él sonrió.

martes, 5 de octubre de 2010

Sexto acto.

La primera vez que ellos hablaron fue algo raro. Ella estaba inmersa en un momento de angustia, en aquellos tiempos de confusión. Justo el día que terminó su relación con Alonso.
—Lo recuerdo muy bien— dijo Don Carlos con una sonrisa.
—¿En verdad Don Carlos?
—Claro, llorabas inconsolable mientras rompías esas cartas. Eras como una niña regañada.
—Es cierto. Es muy vergonzoso recordarlo.
—Recuerda algo, nunca, por ningún motivo, te avergüences de tus sentimiento.
—¿Puedo preguntarle algo?
—Lo acabas de hacer— sonrió.
¿Por qué nunca me miras cuando platicamos?
—Excelente pregunta. Quizá algún día la pueda responder.
Ella sonrió.

lunes, 4 de octubre de 2010

Quinto acto.

Caminar mientras escuchaba a Don Carlos, como ella le decía, era una emoción indescriptible. Aún cuando Regina sabía que todas las historias sin excepción era mentiras, lo que disfrutaba era la manera de narrarlas. En verdad la hacía viajar a esos lugares, que si bien pudieran ser reales, eran parte de un gran cuento disfrazado de realidad.
La aventura de hoy fue un poco más subida de tono. Carlos Padilla era hermético acerca de su vida, poco contaba sobre él. Al menos en primera persona. Regina creyó desde la primera vez que escucho una de sus historias, que hablaba de él mismo en tercera persona. Era como disfrazar su vida con una espesa cortina de niebla, para evitar evidenciar su oscuro e interesante pasado. Hoy no hablaba de policías siguiendo a algún chico. Ni del tendero que gustaba de cobrar de más a sus clientes en una zona indígena. Esta ocasión era especialmente agradable para ella, la manera en que describía cada unos de los escenarios. Carlos era una especie de relator erótico.
Caminaron hasta llegar a una de las bancas más alejadas del parque, que se encontraba justo en una de las esquinas, por dónde pocos se molestaban en pasar dado a los espeso de la maleza que crecía tras ella. Caminaron unos metros más adelante de la banca e inesperadamente Don Carlos regresó y se sentó.
Regina estaba extasiada por la historia e instintivamente avanzó hacia la banca y se sentó junto a él. Apenas a unos centímetros de que sus muslos se tocaran. Ella sintió un cosquilleo en su entrepierna. Él seguía con la historia...