lunes, 21 de octubre de 2013

La magia de la música.



Comienzan estos tres minutos y medio y me encuentro caminando por la Ciudad de México, avenida Palmas para ser más específico. Entre autos de lujo, personas caminando en todas direcciones, me abro paso para llegar a mi destino, el cual se esfuma al terminar el tiempo definido. 

Por arte de magia, me encuentro sentado en un pesero con rumbo al jardín de Coyoacán. El recorrido me lleva a un costado del hospital de Xoco, lleno de gente y vendedores a las afueras de este. Casi llego a mi destino, preparándome para bajar, estirar las piernas un rato después de una travesía diaria en metro. No llego a mi destino, pues el tiempo nuevamente se me termina.

Así pasan tres, diez, doce, quince historias inconclusas, quizás veinte, las que me permite el tiempo real en lo que llego a mi destino, escuchando mi vieja playlist, una de muchas que recurrentemente elegía para mis recorridos diarios en la gran ciudad.

martes, 24 de septiembre de 2013

Décimo acto... El tesoro [nadie es tan feliz como cuando recuerda que lo fue]

– Pasa, ven conmigo – le dijo Rebeca a la pequeña Ángela que estaba sentada junto a la puerta, expectante de aquella sorpresiva visita que su abuelo tenía. La niña caminó apenada hacia la joven y se quedó parada frente a ella. En tanto, a unos metros de aquella habitación, Edgar y Lidia se seguían preguntando quién era aquella joven que un par de horas atrás llegó un tanto avergonzada a preguntar por don Rubén.

En ese tiempo, Rebeca y Rubén, como ya se nombraban entre ellos, habían platicado de todo lo que en sus vidas en común había sucedido. Él le platico lo que sintió aquella primera vez que la vio en el jardín. Ella por tanto, comentó todo lo referente a su vida laboral y de cómo sin decirlo, el viejo había llegado a cambiar su vida sin saberlo.

Ángela estaba atenta, como en un partido de tenis, al cambio de turno. Pero en un cierto momento, cuando su abuelo platicaba animoso sobre la vida con su toñita, comenzó a hacerle señas. Y él sabía perfectamente a qué se refería.

– Ahora no Ángela, no es el momento.
– ¿Momento de qué? – preguntó con cierta curiosidad Rebeca.
– Nada, es sólo que mi nieta quiere que juguemos, como ya no salimos al parque, se aburre un poco cuidando a este viejo.

Antes de que la joven volviera a preguntar, Ángela se adelantó.

– Eso no es cierto abuelo, quiero que le enseñes tu tesoro.
– Wow, ¿un tesoro?, ¿acaso aquí hay un tesoro? – preguntó con un tono de fantasía animada por la enorme sonrisa que la pequeña tenía.
– Sí, mi abuelo me dijo que me lo mostraría cuando estuviera un poco más grande, pero he visto que a todo mundo se lo quiere mostrar. Lo tiene ahí debajo, en ese baúl – apuntó a un costado del buró que estaba junto a la cama.
– Pues creo que es hora de saber qué es todo ese tesoro.

La pequeña soltó un grito de triunfo y corrió hasta la cocina para contarles a sus papás.

– Son sólo algunas pequeñeces – dijo don Rubén sonrojado.
– Las cosas pequeñas a veces son las que en verdad valen la pena – contestó curiosa Rebeca.
– ¿Te quedas a comer? – preguntó Lidia cuando entraba en la habitación.

Los siguientes tres días fueron un alivio para ambos. El viejo por fin pudo mostrar aquel importante tesoro, acumulado en toda su vida y lleno de importantes momentos plasmados en cada una de las piezas que contenía aquel baúl.

Para cuando terminaron de mostrarse los tesoros, Rebeca se despidió y lo hizo para siempre. A pesar de eso, la reacción del viejo fue de triunfo, porque aquella mujer, joven, con la que los últimos meses había soñado varias veces en situaciones moralmente incómodas, había prestado interés en lo que él hacía mucho quería contar.

A la vuelta de dos años, una carta fue recibida en casa de Lidia. Rebeca contaba a don Rubén que gracias a las enseñanzas recibidas en aquellos escasos tres días, habían sido el parteaguas que había necesitado toda su vida. Había aprendido a recolectar los buenos momentos, las mejores experiencias y las iba convirtiendo en parte de su tesoro personal. Había aprendido a tomar la felicidad que fugazmente aparecía en su nueva vida y la aprovechaba al máximo. Lidia contestó la carta a nombre de su padre que había muerto dos meses atrás, feliz de que su tesoro había terminado en las manos correctas.

El baúl en el que alguna vez se resguardaron los mejores momentos de su abuelo, era ahora el mejor lugar para que Ángela, coleccionara sus propios momentos de felicidad.

martes, 17 de septiembre de 2013

Noveno acto... El agradecimiento

Tres semanas después de haberla dado de alta, Rebeca continuaba su convalecencia emocional. Comía lo necesario, porque morirse no quería. Todos los días las muchachas de la oficina iban a visitarla después del trabajo, pero ella prefería recibirlas otro día.  “Cómo diablos me pasó esto”, se reprochaba.

Un miércoles, casi cuatros semanas después del incidente, salió a hacer la despensa, lo que sus compañeras le habían dejado, ya no era suficiente y tenía que sobrevivir, el físico aguantaba menos que el orgullo.

Al pasar por la plaza, notó que algo faltaba. Siguió de largo hasta el almacén y volteó al jardín. Don Rubén no estaba en la banca de siempre. Una vez terminadas las compras, dio una vuelta completa alrededor y no lo encontró. Preguntó por él y doña Engracia supo darle razón.

– Pues fíjese señorita que hace dos días que no viene y pues una que se preocupa por sus clientes, pues me informé que estaba un poco delicado de salud. Que nada grave, pero pues una se preocupa. La calaca está siempre rondando.

– ¿Podrá darme su dirección?, me gustaría pasar a visitarlo.

Al decirlo, todos los ahí presentes, clientes recurrentes que trabajaban en la plaza y sus alrededores, quedaron en silencio. Cada uno creando su propia historia acerca de esa repentina necesidad de la muchacha en visitar al viejo. Desde la hija bastarda, pasando por la prostituta y terminando en la amiga de ensueño del viejo, todas las personas supusieron a su modo la razón por la cual Rebeca iría a ver al viejo Rubén.


Camino a su casa, Rebeca pensaba en si era buena idea acudir sin una llamada previa, puesto que la chismosa informante hasta el teléfono le proporcionó, pero ella quería darle la sorpresa. A final de cuentas, desde que él apareció en la plaza, todos los rumores, las habladas… vamos, las malas historias sobre ella, y que bien informada estaba de cada una, habían desaparecido. No estaba segura, pero muy en el fondo sabía que aquel viejo de la segunda banca, el que con un muy mal disimulo la esperaba todas las mañanas y las tardes en la plaza, era quién no la había juzgado como todos los demás.

martes, 10 de septiembre de 2013

Octavo acto... La pérdida

Entre sueños Rebeca escuchaba esa voz. A lo lejos alguien afirmaba que ya iba despertando. Un dolor en su vientre le impedía incorporarse. Poco a poco su vista se desempañó

– Hola Becky, ¿cómo te sientes? Vaya susto que nos diste.

– ¿Dónde me encuentro? ¿Qué sucedió? – preguntaba la chica desorientada.

El sabor amargo en su boca le molestó al momento.

– Vaya susto que nos diste mujer, todas en la oficina estábamos muy preocupadas por ti. Lo bueno que el doctor Buenrostro estuvo aquí para cuidarte.

– ¿Qué me sucedió?

Nadie contestó. Para ese momento pudo darse cuenta de que al menos unas diez personas rodeaban su cama y llenaban la pequeña habitación en la que se encontraban. Pero a pesar de que todos se miraron, nadie pudo responder la pregunta.

Una voz ronca pidió a todos salir del cuarto. Necesitaba hablar a solas con la paciente.

El médico arrastró una silla hasta el borde de la cama y se sentó. Miró fijamente a Rebeca y comenzó a hablar.

– Llegó hace dos días a este hospital inconsciente.  Se reportó un gran sangrado y sus compañeras reportaron a los paramédicos fuertes dolores abdominales antes de su desmayo y se le practicó una ecogra...

– Al grano doctor, no tengo tiempo para tantos rodeos – recriminó la muchacha.

– Ok. Lo siento Rebeca, a pesar de los esfuerzos, no pudimos salvar al bebé.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Séptimo acto... La ausencia

La tarde caía y don Rubén creyó que su reloj se había descompuesto. Pasaban las 7.30 de la tarde y Rebeca no aparecía. Es raro, pensó, extrañado por la puntualidad de la muchacha. Pasaron los minutos y Ángela, ya desesperada, exigía se fueran a casa. Un poco decepcionado por la impuntualidad de la muchacha, el viejo sintió que algo en su estómago no lo dejaba respirar. Sentía angustia de no verla esa tarde.

Antes de doblar la calle, donde la vista del jardín desaparecía, echó una última mirada. Nada. Ella no apareció ese día. Y así fueron los tres días siguientes, con sus mañanas y sus tardes, antes de llegar el fin de semana y que pasaran dos días angustiantes.


Sábado y domingo pasó atareado, buscando en su viejo baúl, los tesoros acumulados en su vida. Eso evitaba pensarla, evitaba extrañarla.

martes, 27 de agosto de 2013

Sexto acto... El tesoro

Desde que enviudó, don Rubén tenía la esperanza de que el tesoro que construyó con su amada Toñita, fuera a parar en manos de alguno de sus hijos. Lamentablemente ninguno de ellos estaba interesado.

Rubén fue un joven aventurero y sobre todo, soñador. Cuando cumplió 25 años, Antonia se volvió su obsesión, pero ella estaba casada. La suerte siempre lo acompañó y por esos años, un gran incendio en el pueblo cegó la vida del dueño del almacén central y dejó viuda a la joven. Rubén se apersonó en primer lugar para consolarla. Desde ese momento todo fue un gran amor.

Temporadas buenas, regulares, malas y deplorables vivieron a lo largo de su matrimonio, pero él siempre estuvo atesorando cosas, con la esperanza de que en el futuro, cuando hubiera carencias, esos ahorros los sacaran de la crisis. Nunca más hubo tiempos difíciles. Pero siguió con su colección de tesoros, como lo llamaba.

A la larga, sus hijos, su esposa e incluso su pequeña nieta, fueron acostumbrándose a vivir con historias de grandes riquezas. Nadie nunca, ante la falta de pruebas, creyó esto. Sólo, el ya viejo Rubén, seguía insistiendo en que lo que tenía en su poder, era el tesoro más grande jamás visto.

martes, 20 de agosto de 2013

Quinto acto... La independencia

Con 19 años cumplidos, las cosas son muy difíciles para una mujer que trata de salir adelante en un mundo laboral en el que son segregadas a secretaria, cuando tienen suerte, o al mundo de la limpieza. Pero Rebeca llevaba consigo una carrera técnica y miles de sueños encima. Además de un carácter que podía atemorizar a cualquier carcelero.

Criada en una familia totalmente desmembrada por la pobreza, su belleza le abrió puertas que a pocas se les abrían. Y ahí fue donde comenzó el problema con su padrastro. Él nunca creyó otra cosa que no fuera una puta para que la ayudaran a terminar la secundaria nocturna y pagarle la escuela técnica.


Un día, después de humillarla frente a sus hermanos y mamá al “desenmascarar” un falso romance con don Lupe el tendero, no soportó más y decidió que era el momento preciso de irse de ahí. Nunca hubo apoyo para que se superara, que importaba si no había apoyo para que se independizara. Y esa misma tarde, se fue para siempre de esa casa a la cual tenía muchos años de no considerar un hogar.


Después de ir y volver por casas de amigas, logró conseguir un trabajo con el cual podía rentar un cuarto en el que con trabajos cabían una cama y una silla. Todo lo demás podía ser un lujo, así que sólo se dio el de tener un espejo de cuerpo completo y que a la postre le sería de mucha utilidad. Antes de terminar ese año, ya estaba graduada como técnica en secretariado empresarial.


El calvario que sufrió en su casa le parecería un día de campo con lo que le esperaba. El mundo empresarial es mal visto para quien no termina la universidad y sobre todo si es mujer.

martes, 13 de agosto de 2013

Cuarto acto... El primer encuentro

Don Rubén enviudó tres años atrás y fue devastador. Sus tres hijos, Lidia, Micaela y Rubén nunca más volvieron a la casa, materna. El dolor de perder a su madre después de años de pelear contra su enfermedad que invadió a todos, de una u otra manera, obligó al viudo a mudarse a casa de Lidia y vivir recluido en su cuarto los siguientes 5 meses. Algún día, Ángela, su nieta mayor, le pidió la llevara al parque a jugar y no tuvo más remedio que hacerlo. Era la única ilusión que en ese momento tenía. Y fue gracias a su nieta que conoció a Rebeca. Eran casi las siete de la tarde cuando la vio aparecer en la plaza, con aquella imagen que parecía salida de cuento. Podría pasar por su hija, y por qué no, por su nieta, pero la ilusión de un hombre viudo y sobre todo, calenturiento, le hizo verla como una mujer. Sintió que volvía a sentir. La mañana siguiente sorprendió a Edgar, su yerno, cuando le pidió lo llevara al centro comercial para comprar un par de camisas porque no quería salir con esas tan viejas que tenía, como ahora las veía. Claro, Edgar no pudo contener su sorpresa y accedió a llevarlo, no sin antes platicarlo con su esposa. Lidia sintió una inmensa alegría al recibir la noticia. Esa misma tarde, el viejo lucía camisa nueva y se apersonó en la plaza acompañado de su nieta a la misma hora del día anterior. Cuando llegaron, sin dejar de echarle una que otra mirada a su nieta, fue con el bolero, con la de las frituras, con el policía y en poco tiempo supo la rutina de aquella mujer de la cual, hasta ese momento, desconocía todo. Y sí, casi con puntualidad inglesa, la vio aparecer por ese extremo del jardín al cual miraría, a esa misma hora, los próximos dos años por la tarde. Claro, sólo de lunes a viernes.

martes, 6 de agosto de 2013

Tercer acto... La plaza

8:32 a.m. a una calle de la plaza. Rebeca camina presurosa, porque sabe que debe de llegar a tiempo a su cita antes de entrar a trabajar. Está a sólo una calle y recuerda que no ha cambiado a sus zapatillas de tacón alto. Se detiene y a toda prisa las cambia. Entra triunfal a la plaza.

 8:32 a.m. en la plaza. Don Rubén ha terminado su desayuno, se ha acicalado y limpiado las boronas de pan de su saco. Acomoda la pipa que le regaló su nieta Lucrecia hace cinco años, recuerdo de un viaje a Irlanda y la cual nunca ha usado para fumar, el libro que siempre abre en la misma página está listo y el alma en un hilo por verla de nuevo.

 8:33 a.m. Como diosa, aparece doblando la esquina, despampanante, como todos los días. Rubén, siente un leve temblor en todo su cuerpo, que se intensifica a cada paso que da Rebeca hacia el lugar donde se encuentra sentado. Llega hasta la banca en donde se encuentra el viejo y se detiene frente a él.

 − Hola señor, ¿cómo amaneció hoy? − preguntó con toda seriedad.

− Muy bien señorita. ¿Ya está lista para otras 8 horas de hastío?

− Siempre es bueno tener algo de qué quejarse.

− Entonces mi vida debe de ser de lo mejor, porque tengo todo por qué quejarme − dijo y estalló en una carcajada.

− No lo piense de esa manera. Verá que cada día hay algo interesante el final del día para comentar.

− Eso es lo que me gusta de usted, señorita, que siempre ve optimismo donde quizás no lo haya.

− Prefiero creer que al volver a casa, podré tener algo que recapacitar.

− Lo importante es tener alguien con quien platicarlo, ¿no lo cree?
Ella esbozó una sonrisa forzada y decidió despedirse. Él la interrumpió.

− ¿Quiere escuchar algo verdaderamente interesante?

− Quizás otro día, ahora ya llevo prisa.

 − Sería bueno que algún día comenzara a leer ese libro, el autor es un genio como para pasearlo sin hojearlo siquiera.

 − Lo haré, se lo prometo − respondió con un poco de vergüenza.

 Rebeca se encaminó hacia el extremo opuesto de la plaza por el que había llegado, pensando en lo mucho que le lastimaban esas zapatillas. Pero no podía dejar al viejo sin esa sonrisa de oreja a oreja al verla desaparecer, admirándole el par de piernas muy bien torneadas que sabía tenía. Era una manera en la cual se sentía libre y a la vez admirada.

 Ya eran las 8:42 a.m.

martes, 30 de julio de 2013

Segundo acto... Camino al trabajo.



Apenas sonaban las 6 de la mañana y Rebeca ya se encontraba levantaba y a punto de entrar en la regadera. Su rutina era más que exacta de lunes a viernes, pues todo lo hacía con tal precisión que hasta un minuto extra en el desayuno le repercutía en su hora de entrada.

El café listo en su cafetera programable para cuando el pelo ya estaba estilando. Un poco de pan recién tostado con mermelada y fruta redondeaban el desayuno. Como todo estaba cronométricamente calculado, ya tenía listo el atuendo para cada día de la semana desde el domingo anterior. 

Con 1.84 metros de estatura, piernas muy torneadas, abdomen envidiable y tetas que incitaban al pecado, claro que el atuendo importaba, y mucho. El uniforme podía ser mejor, pero era sólo uno más de los que en el complejo administrativo había y a pesar de eso siempre sobresalía de entre la multitud. Eran pocas las  veces que recordaba sus inicios en este empleo, porque con el tiempo, las cosas malas de la vida van quedando archivadas y siempre hay algo que llega a sepultarlas. Pero en esas pocas ocasiones, aún lloraba.

Se vistió con calma para no perder detalle alguno. Nada podía quedar fuera de lugar. Las zapatillas, siempre con un tacón con el que parecía querer tocar el cielo, estaban tan bien lustradas que cualquier se deslumbraría. Vestido estrictamente simétrico en sus pliegues y el maquillaje, el maquillaje era de otro mundo. Nunca fue obsesiva por cambiar su apariencia detrás de polvo, rímel y lipstick, así que día a día refinaba su técnica para no parecer payaso de esquina.

Cuando el reloj marcaba las 8:15 de la mañana, ella salía triunfante a su cita diaria en el parque.

martes, 23 de julio de 2013

Primer acto... El desayuno



Don Rubén camina a paso lento, como cada mañana. Aún no termina de despertar la ciudad y él ya se encamina a la plaza principal, a la banca que desde hace quince años ya, es testigo de esa historia que nunca podía terminar. Hoy era diferente que los demás días. Estaba seguro que hoy alguien podría escuchar lo que tenía que contar.


A las 7.45 de la mañana, Rosita llegó con el café endulzado con miel y la concha. Ni un minuto más ni uno menos, como a él le gustaba.


− Hola señor, ¿cómo amaneció esta mañana?


− Hola Rosita, que tengas un buen día. El mío igual que siempre, con ganas de miar y dificultades para llegar al baño antes de que me gane.


La respuesta siempre era diferente, pero la gracia y picardía nunca variaban. Y como siempre, justo antes de retirarse, la muchacha escuchaba la misma pregunta.


− ¿Quieres escuchar algo verdaderamente interesante?


Y como siempre, ella contestaba lo mismo.


− Lo siento, pero sabe que doña Engracia se encabrona conmigo si no me regreso rápido. Pero mañana seguro que sí.


Dicho esto, daba la media vuelta y regresaba a su trabajo, la fonda de la esquina, sin siquiera despedirse. 

Rubén lo tomaba con sabiduría y pensaba que, más que una grosería, lo hacía para evitar un día llegar con el desayuno y él no estuviera. Algo tenía que excusar la actitud agria de la empleada.
 
Apoyando el vaso en la banca, comenzó por comerse la enorme concha. Una dos tres, cuatro… muchas mordidas y un masticar parsimonioso. Daban las 8.25 y apresuraba a la mandíbula, porque el café ya frio, podía tomarse de un sorbo. Tenía que estar presentable y sin migajas para cuando pasara la piernaslargas, que era la atracción de la plaza a esa hora del día.

viernes, 26 de abril de 2013

De géneros debates y música...



Hace un momento leía un artículo acerca de los géneros de música en la actualidad y me vino a la cabeza la pregunta: ¿cuándo la música es buena o mala?

Evidentemente no soy un docto en el tema, lo más que llegue a tocar fue un suculento y emblemático “do-re-mi do-re-mi re-mi re-mi do-do” y listo. Pero siendo objetivo, ¿cómo podemos, desde una trinchera tan subjetiva, opinar de qué es bueno o malo en la música? Creo que la música se debe de sentir, te debe de transmitir algo, debe de provocar la producción de endorfinas para que “sea algo” para quien la escucha. 

Este, es un tema que puede llegar a ser tan espinoso como la política o la religión. La música puede llegar a proporcionar reacciones tan diversas que, aun escuchando la misma canción, depende del estado de ánimo en el que estemos al escuchar la canción/melodía/rola, será diferente.

Creo que la “buena y mala” música está definida por los prejuicios que tenemos, que con el paso del tiempo vamos adquiriendo y terminamos encasillando al rock como sinónimo de drogas y sexo, o al género grupero en narcotráfico y bajo nivel educativo. Lo que si no podemos evitar es, que con cada nuevo ritmo, aparezcan tal o cual estilo de canciones, que, apoyándose en el género, se creen letras cada vez más violentas y/o sexualmente provocativas que, terminan por estereotipar la música. 

No se si los arpegios de la quebradita, o los acordes la cumbia, o el ritmo del reggaetón cumplan con las reglas básicas de lo que los conocedores del tema, califican como música, pero son fenómenos que culturalmente marcan tendencias, estilos de vida y hasta modos de vivir.