martes, 27 de agosto de 2013

Sexto acto... El tesoro

Desde que enviudó, don Rubén tenía la esperanza de que el tesoro que construyó con su amada Toñita, fuera a parar en manos de alguno de sus hijos. Lamentablemente ninguno de ellos estaba interesado.

Rubén fue un joven aventurero y sobre todo, soñador. Cuando cumplió 25 años, Antonia se volvió su obsesión, pero ella estaba casada. La suerte siempre lo acompañó y por esos años, un gran incendio en el pueblo cegó la vida del dueño del almacén central y dejó viuda a la joven. Rubén se apersonó en primer lugar para consolarla. Desde ese momento todo fue un gran amor.

Temporadas buenas, regulares, malas y deplorables vivieron a lo largo de su matrimonio, pero él siempre estuvo atesorando cosas, con la esperanza de que en el futuro, cuando hubiera carencias, esos ahorros los sacaran de la crisis. Nunca más hubo tiempos difíciles. Pero siguió con su colección de tesoros, como lo llamaba.

A la larga, sus hijos, su esposa e incluso su pequeña nieta, fueron acostumbrándose a vivir con historias de grandes riquezas. Nadie nunca, ante la falta de pruebas, creyó esto. Sólo, el ya viejo Rubén, seguía insistiendo en que lo que tenía en su poder, era el tesoro más grande jamás visto.

martes, 20 de agosto de 2013

Quinto acto... La independencia

Con 19 años cumplidos, las cosas son muy difíciles para una mujer que trata de salir adelante en un mundo laboral en el que son segregadas a secretaria, cuando tienen suerte, o al mundo de la limpieza. Pero Rebeca llevaba consigo una carrera técnica y miles de sueños encima. Además de un carácter que podía atemorizar a cualquier carcelero.

Criada en una familia totalmente desmembrada por la pobreza, su belleza le abrió puertas que a pocas se les abrían. Y ahí fue donde comenzó el problema con su padrastro. Él nunca creyó otra cosa que no fuera una puta para que la ayudaran a terminar la secundaria nocturna y pagarle la escuela técnica.


Un día, después de humillarla frente a sus hermanos y mamá al “desenmascarar” un falso romance con don Lupe el tendero, no soportó más y decidió que era el momento preciso de irse de ahí. Nunca hubo apoyo para que se superara, que importaba si no había apoyo para que se independizara. Y esa misma tarde, se fue para siempre de esa casa a la cual tenía muchos años de no considerar un hogar.


Después de ir y volver por casas de amigas, logró conseguir un trabajo con el cual podía rentar un cuarto en el que con trabajos cabían una cama y una silla. Todo lo demás podía ser un lujo, así que sólo se dio el de tener un espejo de cuerpo completo y que a la postre le sería de mucha utilidad. Antes de terminar ese año, ya estaba graduada como técnica en secretariado empresarial.


El calvario que sufrió en su casa le parecería un día de campo con lo que le esperaba. El mundo empresarial es mal visto para quien no termina la universidad y sobre todo si es mujer.

martes, 13 de agosto de 2013

Cuarto acto... El primer encuentro

Don Rubén enviudó tres años atrás y fue devastador. Sus tres hijos, Lidia, Micaela y Rubén nunca más volvieron a la casa, materna. El dolor de perder a su madre después de años de pelear contra su enfermedad que invadió a todos, de una u otra manera, obligó al viudo a mudarse a casa de Lidia y vivir recluido en su cuarto los siguientes 5 meses. Algún día, Ángela, su nieta mayor, le pidió la llevara al parque a jugar y no tuvo más remedio que hacerlo. Era la única ilusión que en ese momento tenía. Y fue gracias a su nieta que conoció a Rebeca. Eran casi las siete de la tarde cuando la vio aparecer en la plaza, con aquella imagen que parecía salida de cuento. Podría pasar por su hija, y por qué no, por su nieta, pero la ilusión de un hombre viudo y sobre todo, calenturiento, le hizo verla como una mujer. Sintió que volvía a sentir. La mañana siguiente sorprendió a Edgar, su yerno, cuando le pidió lo llevara al centro comercial para comprar un par de camisas porque no quería salir con esas tan viejas que tenía, como ahora las veía. Claro, Edgar no pudo contener su sorpresa y accedió a llevarlo, no sin antes platicarlo con su esposa. Lidia sintió una inmensa alegría al recibir la noticia. Esa misma tarde, el viejo lucía camisa nueva y se apersonó en la plaza acompañado de su nieta a la misma hora del día anterior. Cuando llegaron, sin dejar de echarle una que otra mirada a su nieta, fue con el bolero, con la de las frituras, con el policía y en poco tiempo supo la rutina de aquella mujer de la cual, hasta ese momento, desconocía todo. Y sí, casi con puntualidad inglesa, la vio aparecer por ese extremo del jardín al cual miraría, a esa misma hora, los próximos dos años por la tarde. Claro, sólo de lunes a viernes.

martes, 6 de agosto de 2013

Tercer acto... La plaza

8:32 a.m. a una calle de la plaza. Rebeca camina presurosa, porque sabe que debe de llegar a tiempo a su cita antes de entrar a trabajar. Está a sólo una calle y recuerda que no ha cambiado a sus zapatillas de tacón alto. Se detiene y a toda prisa las cambia. Entra triunfal a la plaza.

 8:32 a.m. en la plaza. Don Rubén ha terminado su desayuno, se ha acicalado y limpiado las boronas de pan de su saco. Acomoda la pipa que le regaló su nieta Lucrecia hace cinco años, recuerdo de un viaje a Irlanda y la cual nunca ha usado para fumar, el libro que siempre abre en la misma página está listo y el alma en un hilo por verla de nuevo.

 8:33 a.m. Como diosa, aparece doblando la esquina, despampanante, como todos los días. Rubén, siente un leve temblor en todo su cuerpo, que se intensifica a cada paso que da Rebeca hacia el lugar donde se encuentra sentado. Llega hasta la banca en donde se encuentra el viejo y se detiene frente a él.

 − Hola señor, ¿cómo amaneció hoy? − preguntó con toda seriedad.

− Muy bien señorita. ¿Ya está lista para otras 8 horas de hastío?

− Siempre es bueno tener algo de qué quejarse.

− Entonces mi vida debe de ser de lo mejor, porque tengo todo por qué quejarme − dijo y estalló en una carcajada.

− No lo piense de esa manera. Verá que cada día hay algo interesante el final del día para comentar.

− Eso es lo que me gusta de usted, señorita, que siempre ve optimismo donde quizás no lo haya.

− Prefiero creer que al volver a casa, podré tener algo que recapacitar.

− Lo importante es tener alguien con quien platicarlo, ¿no lo cree?
Ella esbozó una sonrisa forzada y decidió despedirse. Él la interrumpió.

− ¿Quiere escuchar algo verdaderamente interesante?

− Quizás otro día, ahora ya llevo prisa.

 − Sería bueno que algún día comenzara a leer ese libro, el autor es un genio como para pasearlo sin hojearlo siquiera.

 − Lo haré, se lo prometo − respondió con un poco de vergüenza.

 Rebeca se encaminó hacia el extremo opuesto de la plaza por el que había llegado, pensando en lo mucho que le lastimaban esas zapatillas. Pero no podía dejar al viejo sin esa sonrisa de oreja a oreja al verla desaparecer, admirándole el par de piernas muy bien torneadas que sabía tenía. Era una manera en la cual se sentía libre y a la vez admirada.

 Ya eran las 8:42 a.m.