martes, 30 de julio de 2013

Segundo acto... Camino al trabajo.



Apenas sonaban las 6 de la mañana y Rebeca ya se encontraba levantaba y a punto de entrar en la regadera. Su rutina era más que exacta de lunes a viernes, pues todo lo hacía con tal precisión que hasta un minuto extra en el desayuno le repercutía en su hora de entrada.

El café listo en su cafetera programable para cuando el pelo ya estaba estilando. Un poco de pan recién tostado con mermelada y fruta redondeaban el desayuno. Como todo estaba cronométricamente calculado, ya tenía listo el atuendo para cada día de la semana desde el domingo anterior. 

Con 1.84 metros de estatura, piernas muy torneadas, abdomen envidiable y tetas que incitaban al pecado, claro que el atuendo importaba, y mucho. El uniforme podía ser mejor, pero era sólo uno más de los que en el complejo administrativo había y a pesar de eso siempre sobresalía de entre la multitud. Eran pocas las  veces que recordaba sus inicios en este empleo, porque con el tiempo, las cosas malas de la vida van quedando archivadas y siempre hay algo que llega a sepultarlas. Pero en esas pocas ocasiones, aún lloraba.

Se vistió con calma para no perder detalle alguno. Nada podía quedar fuera de lugar. Las zapatillas, siempre con un tacón con el que parecía querer tocar el cielo, estaban tan bien lustradas que cualquier se deslumbraría. Vestido estrictamente simétrico en sus pliegues y el maquillaje, el maquillaje era de otro mundo. Nunca fue obsesiva por cambiar su apariencia detrás de polvo, rímel y lipstick, así que día a día refinaba su técnica para no parecer payaso de esquina.

Cuando el reloj marcaba las 8:15 de la mañana, ella salía triunfante a su cita diaria en el parque.

martes, 23 de julio de 2013

Primer acto... El desayuno



Don Rubén camina a paso lento, como cada mañana. Aún no termina de despertar la ciudad y él ya se encamina a la plaza principal, a la banca que desde hace quince años ya, es testigo de esa historia que nunca podía terminar. Hoy era diferente que los demás días. Estaba seguro que hoy alguien podría escuchar lo que tenía que contar.


A las 7.45 de la mañana, Rosita llegó con el café endulzado con miel y la concha. Ni un minuto más ni uno menos, como a él le gustaba.


− Hola señor, ¿cómo amaneció esta mañana?


− Hola Rosita, que tengas un buen día. El mío igual que siempre, con ganas de miar y dificultades para llegar al baño antes de que me gane.


La respuesta siempre era diferente, pero la gracia y picardía nunca variaban. Y como siempre, justo antes de retirarse, la muchacha escuchaba la misma pregunta.


− ¿Quieres escuchar algo verdaderamente interesante?


Y como siempre, ella contestaba lo mismo.


− Lo siento, pero sabe que doña Engracia se encabrona conmigo si no me regreso rápido. Pero mañana seguro que sí.


Dicho esto, daba la media vuelta y regresaba a su trabajo, la fonda de la esquina, sin siquiera despedirse. 

Rubén lo tomaba con sabiduría y pensaba que, más que una grosería, lo hacía para evitar un día llegar con el desayuno y él no estuviera. Algo tenía que excusar la actitud agria de la empleada.
 
Apoyando el vaso en la banca, comenzó por comerse la enorme concha. Una dos tres, cuatro… muchas mordidas y un masticar parsimonioso. Daban las 8.25 y apresuraba a la mandíbula, porque el café ya frio, podía tomarse de un sorbo. Tenía que estar presentable y sin migajas para cuando pasara la piernaslargas, que era la atracción de la plaza a esa hora del día.