Los dos jadeaban sobremanera. Carlos le lamia los senos con gran excitación, desde el primer día la deseó. Regina gemía extasiada. Hacía tanto tiempo que no sentía lo que ahora. Se sentía mujer.
Regina lo abrazó clavándole levemente las uñas por toda la espalda; él respondió tomándola por las nalgas para que el ritmo fuera más duro. Ella comenzó a temblar, el no aguantaba más. En un gemido ruidoso, los dos se abrazaron con gran fuerza. Él ahora temblaba. Nunca se había sentido tan...
— Don Carlos, ¿le sucede algo? — preguntó ella.
Carlos Padilla había enviudado de una manera súbita, apenas cinco años después de casarse. Hilda fue el gran amor de su vida. Desde el primer momento supo que eran el uno para el otro. Un infarto fulminante, a los 33 años los separó. Varios meses estuvo absorto en sí mismo. Viajes, fiestas, momentos, eso lo había perdido en tan sólo un instante. No lo aceptaba. No era justo. Por qué carajos Dios había sido tan injusto. Desde ese día maldijo la vida, sus creencias de un futuro feliz y se dedico a autodestruirse. Si no podía ser feliz con ella, con nadie más.
— ¿Don Carlos?
— Eh, hola Regina, ¿cómo estás?
— ¿Se siente bien? — preguntó con muy notada curiosidad.
— Claro, ¿por qué la pregunta?
— Es que, parecía que soñaba, y se nota que era un sueño agradable.
Se ruborizó al verla. No comento nada al respecto. Se puso en pie y comenzó a caminar alejándose. Regina estaba confundida.
— ¿Por qué se va? ¿Le molestó mi comentario?
— No muchacha, me molestó mi instinto.
Jamás pudo imaginarse lo que escucharía.
— Yo siempre hago caso a mi instinto — dijo ella con voz firme —, sabe más de nosotros porque viene del alma. Es lo que en verdad somos.
Don Carlos detuvo el paso. Volteó a verla. Ella se acercaba muy seria.
— Desde el principio supe por qué nunca me miraba a los ojos cuando hablábamos. Tenía miedo de darse cuenta de que en realidad sentía algo más que condescendencia hacía mi por mi fracaso en el matrimonio. Sentía miedo de volver a sentir lo mismo que sintió por su esposa. Tenía miedo de comenzar de nuevo.
— En parte tiene razón. En parte, porque aún sigo sintiendo miedo, aún creo que no debo de hacer caso a esto.
— Sólo déjelo correr. Que fluya. Desborde todo eso que tiene aprisionado desde hace tantos años.
Inmersos en la conversación, caminaban, él marcando el rumbo, ella, dejándose llevar, fluyendo.
Los primero rayos del sol se colaban por ventana. El aroma del placer aún estaban presentes en la habitación. Carlos Padilla se sentía angustiado. Cuando se giró para poder entender que fue lo que los llevó hasta ese punto, ella ya no estaba. Se sintió pesado. Aún aturdido alcanzó el control remoto de la televisión y la encendió para no escuchar el silencio que lo acusaba sin miramientos. Él, después de muchos años, lloraba.
Regina no podía contener su llanto. Aún no sabía por qué había llegado tan lejos con aquel sentimiento carnal el cual sólo tuvo una ruta de escape. Se sentía culpable por haber terminado de esa manera. Tenía que enfrentar a su esposo y contarle todo lo ocurrido. Alguna solución debía de haber. Al escuchar el sonido de las llaves al abrir la puerta, dejó la silla que había colocado frente a la puerta y se refugió detrás del sillón. Ahogó su llanto lo más que pudo. Supo de inmediato que no podría hacerlo. Escuchó que Alonso hizo a un lado la silla y se dirigió a la recamará. Sólo unos metros los separaban, pero toda una vida no les alcanzaría para recuperarse.