Estuve tratando por meses recobrar las palabras que se escapaban de mi imaginación, siguiéndolas a terrenos tan lejanos en mi mente que parecían sacados de mundos imaginarios.
De repente, me topé con ellas. Me miraron retadoras, cínicas. Dieron media vuelta y se alejaron nuevamente. Pero ahora las entendí, entendí su mirada, su plan. No las seguí.
Desde ese momento las espero gustoso, sin ansias, sin desesperación. Ellas vienen a mi con el primer sentimiento de necesitarlas, no antes, pero nunca después. Las palabras correctas siempre llegan, cuando menos las esperas, pero más se necesitan.