miércoles, 25 de enero de 2012

El poder de actuar.


Ese día desperté pensando en la pelea. Apenas unas horas antes estábamos planeando como hacer las cosas, como organizarnos. Ya de mañana, era día de lucha.

Fueron varias las estrategias planeadas, todas al vapor, con la premura que estos casos obliga. Mi cabeza daba vueltas, no sé si por el alcohol de la noche anterior, el sexo o las pastillas. Todo se había revuelto. Susana aún dormía. Me acerqué a su rostro, sin tocar la cama y le di un beso en la frente. Me vestí de prisa y me marché. Nunca la volví a ver.

 Ya en la acera, me temblaban las piernas. Todo lo que estábamos a punto de hacer era por nuestro país, por nuestras familias, por nuestros hijos. Caminé hasta el café de la esquina y me sirvieron el americano de siempre. 

Al salir, una bala me atravesó el cráneo… tres meses después el país era libre, la revolución se había consumado y mi propuesta de la noche anterior a mi muerte había surtido efecto. Susana y mi pequeño René ahora eran libres.

Y todo eso, la libertad, comenzó con algo muy simple: decidimos actuar.

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