sábado, 11 de julio de 2009

...a la hora de la comida.

Camino entre una multitud de personas que se apresuran por seguir su camino a quién sabe Dios dónde. La acera, repleta de ambulantes, se reduce a un pequeño sendero bordeado por bolsas para dama, delantales, la pluma de moda, el libro más leído, las muñecas oaxaqueñas, los vestidos… todo pirata. Las limpias con ramas de pirul, los danzantes con iPod, los indigentes Levis, son parte de la ambientación para esta metrópoli, plagada de manifestaciones culturales. A lo lejos, en la plancha del Zócalo, se escucha por un altavoz a un manifestante, recriminando al “Presidente espurio” que deje de proteger al Cardenal violador; que televisa y tzazteca apendejan a la gente, entre otras cosas que se vuelven inaudibles. Los turistas, gringos, chinos, franceses, alemanes, en fin, de muchas nacionalidades, morfológicamente diferentes al mexicano, toman fotos a diestra y siniestra. Una de ellas brinca como chapulín en comal al probar la salsa a base de chile serrano que puso en su taco de canasta; sus amigos ríen. El tránsito, que se debe de lamentar haber sido colocado en una calle con tanta gente, alarga al máximo el levantamiento de la boleta de infracción en busca de su “varo”. El contraste de los edificios coloniales con las camionetas de lujo que esperan a algún funcionario o alguna persona importante fuera de Palacio Nacional y del edificio del Ayuntamiento. Una mega exposición que merma la grandeza de un Zócalo, que se mantiene inerte ante una Bandera ondeante, bonita, pero por pocos vista. Las personas tienen tanta prisa aquí, que no se detienen a admirar, tan sólo por un minuto, que viven en una de las ciudades más hermosas del mundo. Llego a mi destino. Entro. Unos caminan despavoridos por ser su hora de salida, otros por ser su hora de comida, pero todos corren. Todos viven de prisa. Recorro los últimos metros antes de llegar al lugar que me corresponde. Admiro el edificio, sus arcos, sus ventanales, y me sorprendo que esté en pié desde hace más de 400 años. Subo las escaleras que me llevan hasta la oficina donde está mi computadora. Me siento y respiro hondo. Mañana escribiré estas fotografías que han quedado en mi mente. Si no las recuerdo, sólo debo darme una vuelta por el Centro Histórico de la Ciudad de México, y sabré qué escribir.

3 comentarios:

CaPaGla dijo...

La describes tan hermosa al final, que casi me convence en ir a conocer la Ciudad, el poder ver esos grandes edificio con una gran historia y cultura... Pero no!! Tanto ajetreo me desespera.

Saludos!!

K. dijo...

El fin de semana antepasado anduve por ahí y me di cuenta de que el Centro Histórico es mi segundo lugar favorito de la ciudad. Leyéndote me imaginé caminando por ahí nuevamente.
Buen inicio de semana :)

Javier ... [ M. M. M. ] dijo...

Capagla:el estar parado en el Zocalo y sentir, no sólo ver, su majestuosidad y grandeza, bien vale la pena un día un poco ajetreado... Además, esto es entre semana, ve un sabado o ya entrando la noche y es espectacular...

Karelin:el ver que las personas caminan con tanta indiferencia ante tan hermosos lugares, ya sea porque trabajan en esos edificios o porque llevan toda su vida ahí, me causa una gran curiosidad... Porque cada que me doy una escapada a comer fuera de Palacio Nacional, es algo nuevo para mi. Un buen inicio de semana también para tí...

Saludos...