Cuando Vanesa dio vuelta en la esquina, se percató que estaba
sola. No había gente en la calle, apenas dos o tres perros se escuchaban en
distintas direcciones, y alejándose. Sintió miedo.
Unas horas antes, después de discutir con su novio, Rubén,
salió del departamento que compartían y se echó a caminar sin rumbo, tratando
de despejar su mente, para no caer en ese círculo de desgaste de una discusión
sin sentido. Prefería darse un espacio antes de continuar una plática que
podría llevar horas, y le gustaba hacerlo relajada.
Unas cuadras antes, cuando ya llevaba un par de kilómetros recorridos,
deseó con todas sus fuerzas desaparecer, ser invisible y perderse en sí misma. Esta
ocasión las cosas habían salido de todo control. Los dos gritaron, patalearon,
manosearon y en un punto tenso, se encararon. Un mal entendido que en cualquier
otro momento de la relación hubiera sido resuelto con una simple disculpa o un
fuerte abrazo acompañado de un beso. Pero la fuerza de la costumbre había llegado
a su hogar, que simplemente se había degradado a una estancia compartida.
Rubén cada día trabajaba más horas, preparándose
económicamente para el gran día, como él lo llamaba. Le pediría a Vanesa que se
casara con él y para eso quería tener una posición relajada. Soñaba con una
casa adecuada para formar una familia, perro y auto. La utopía de una familia
de película. Pero en el día a día se vio inmerso cada vez más en su trabajo,
hasta que el gusto por estar mejor profesionalmente, lo estaba llevando a dejar
de lado el objetivo por el cual había iniciado.
Vanesa por su lado, al pasar cada día más tardes a solas, decidió
entrar a estudiar. Su sueldo no era mucho, pero le daba para tomar clases de
cocina en una modesta academia a unas calles de su departamento. Y de esa
manera descubrió que había más cosas en que entusiasmarse que la monotonía de
esperar a Rubén y pasar el resto del día viendo televisión. Había muchas
actividades que ella quería aprovechar.
Los dos preferían, tácitamente, no estar
juntos. Los dos ya habían descubierto nuevas metas personales, a solas, o mejor
dicho, separados.
Días después, al despertar, sintió el mismo miedo que le
provocó aquella calle desierta. Rubén dormía plácidamente a su lado. Ella no
descansaba, trataba de dispersar la telaraña de ideas que en ese justo
momento abarrotaban su mente y que la estuvieron abrumando durante semanas. Toda
decisión lleva su parte de riesgo, se decía, tratando de ocultar el sentimiento
que la asaltaba.
Al despertar Rubén, ella ya se había ido. El departamento
parecía más solo que de costumbre y no era para menos, el armario estaba casi
vacío, Vanesa se había llevado toda su ropa; el buró estaba con las pocas
pertenencias con que contaba él. Se talló los ojos, se rascó la cabeza y se
levantó pesadamente, no quería pensar. Desganado, entró a la regadera y tomó un
largo baño. El ritual fue lo más normal, lo más cotidiano posible, aun cuando
sabía que ella no regresaría. Él lo supo un par de semanas atrás y no le dio
importancia, como si prefiriera que ella diera el primer paso y saberse
inocente de cualquier reproche, él no era para dar explicaciones. Mientras se
vestía, llamó por teléfono a la cafetería y encargó el especial del día. Hizo
un par de llamadas más antes de él también irse.
Al salir, tomó sus maletas, aventó el juego de llaves en el
sofá, puso el seguro a la puerta y cerró.
P.D.: ninguno de los dos
fue malo o bueno, en su relación no valía la culpabilidad. Simplemente ya no
estuvieron conformes con su vida juntos. En ocasiones un buen silencio,
retirarse a tiempo, es la mejor manera de enfrentar las diferencias.
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