Hoy, al despertar, antes de abrir bien los ojos, rogué a Dios que todo hubiera sido un horrible sueño, y que de aún tuviera diez años.
Estando aún con los ojos cerrados, recordé el aroma de mamá, siempre fresca. Todas las mañanas llegaba antes de poder apagar el despertador y de un gran manotazo, me descubría por completo de la ropa de cama. No me daba opción a flojear siquiera un minuto."La pereza al despertar es la peor de todas, porque no te deja ver lo hermosa que es la mañana", decía.
Acto seguido casi a rastras me llevaba hasta el baño, donde sobra decirlo, la regadera ya estaba arrojando esa cascada de agua tibia, pero que bien servía para despertar a cualquiera. Lo de mamá era precisión cronometrada, porque en lo que me bañaba, ella iba a la habitación de Raquel, mi hermana, y cumplía con el mismo ritual, para cuando yo salía del baño, mi hermana iba entrando. Nada se le iba.
El desayuno era discontinuo, porque yo salía antes que mi hermana hacía la escuela. Y por eso, la precisión del baño se cumplía casi siempre en la mesa. La escuela siempre me gustó, y fui un estudiante sobresaliente, y lo que más disfrutaba era la sonrisa de mamá al ver mis calificaciones.
Recuerdo el premio al haber obtenido el primer lugar de aprovechamiento de quinto año, algunas lágrimas rodaron por la mejillas de mi viejita linda. La secundaría y preparatoria fueron casi similares a la primaria, pero con la secrecía que va dando a los adolecentes la pubertad. Ya para la licenciatura, fue diferente, mamá no pudo pagar la carrera que quise y se dedicó a darme ánimos para lograr lo que me propusiera. Claro, no hubo mejor ayuda que esa.
Hoy, recostado en mi cama, me da miedo abrir los ojos y darme cuenta que mi viejita linda, en verdad ya hizo canas; que la violencia en la ciudad y la incertidumbre de no volver por la noche a casa no es una pesadilla; que mi hermanita no murió atropellada por un ebrio que regresaba de una noche de sexo y drogas mezcladas con alcohol. Me daba miedo aceptar que todo había cambiado y que mi niñez se había ido para nunca volver.
Abrí lentamente los ojos, y ella no estaba. Al menos físicamente. Pero siempre recordaré su olor, aún cuando detrás que aquellas paredes que formaban mi casa, una ciudad se mate día a día y no tenga la seguridad de que mañana, la recuerde entrando a mi habitación para desearme un excelente día.
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