Ángela me miraba incrédula. Parecía como si le estuviera proponiendo algo malo.
—¿Por qué tengo que hacer eso?
—Porque te pagaré.
—Es muy extraño lo que me pide. Nunca lo había hecho. — La sonrisa me advertía que había accedido. — ¿Qué tengo que hacer?
—Esperas a que yo llegué al lugar, esperas dos o tres minutos.... mmmm, no, mejor cinco minutos, y llegas. Recuerda que nadie debe de darse cuenta de nuestro trato — reí.
—Claro que no, no se preocupe.
Caminé hasta el restaurante y me dirigí a la terraza. Rodeé un par de mesas hasta llegar a la más alejada de la puerta. De inmediato un mesero se acercó y tomó mi pedido, vodka tonic por el momento, por favor, pedí seguro, como dando a entender que esperaría a alguien. El mesero se alejó a por mí bebida. Repasé dos o tres veces los rostros a mi alrededor, con seguridad, mirando a los ojos a quien se dejara. Siempre evitando una conexión directa con ella. De pronto, la niña de las flores, Ángela, se acercaba por la puerta principal, volteando hacia atrás como recibiendo instrucciones de alguien invisible y caminando entre las mesas, con la flor en la mano. Preguntaba al aire si era este o aquel, pero poco a poco se acercaba a mi mesa. Llega frente a mí y con voz fuerte me dice, señor, la señorita de allá afuera se la manda. El diálogo ensayado siguió como lo planeamos.
—¿Cuál señorita?, no veo a nadie.
—La que está allá afu... ups, creo que se ha ido.
Sonrío y le doy las gracias. Ella se retira siguiendo sus pasos.
De pronto, ella se incorpora, alisa su vestido sutilmente, y al parecer se disculpa con sus compañeras de mesa. Camina hasta mi lugar y me pide si puede acompañarme.
La sonrisa ahora era real. Un plan tan absurdo, había dado resultado.
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