Cuando lo recuerdo, o intento hacerlo, mi mente me remite muchos escenarios distintos. En casa de mi mejor amigo. No, fue en las fiestas patronales de un municipio vecino. ¿Alguna preposada de la secundaria? No hay un indicio exacto de cuando inició, pero la cuestión es que pasó y no ha podido parar. Soy sincero, no es algo que sea digno de festejarse, aunque siempre se busca un festejo para tener la pauta perfecta para hacerlo. Si analizamos mejor el asunto, nos damos cuenta que es una manera muy, pero muy lenta, de provocarnos la muerte. Digámoslo de esta manera, poco a poco nos iremos muriendo de lo que nos gusta. Claro que todos los días, se puede decir, vamos muriendo o al menos nos amos acercando a ella.
La perdida de un ser querido, como lo era mi mejor amigo, pudo ser el pretexto perfecto para erradicar de mí este, síndrome, si lo podemos llamar así. Paulatinamente estuve experimentando sensaciones de impotencia y eso estaba ligado directamente con la pérdida de mi casi hermano, como solíamos decirnos. Casi ocho años después de tan lamentable deceso, no mido los peligros que vivo al seguir con el comportamiento que tenía en aquellos tiempos. ¿Estaré preparado para otra muerte?
En estos últimos días han pasado algunas situaciones que me han llevado a recapacitar un poco acerca de seguir con esta actitud y está bastante claro, no hay otra manera de deshacerme de esto, sino con voluntad.
Como nos han enseñado durante muchos años, el alcohol es una de las drogas socialmente bien vistas. Es uno de los ingredientes casi necesarios para poder cerrar un negocio, un evento social importante, poner un poco de calor a una buena cena en pareja, incluso sirve como un desahogo cuando nos encontramos tristes. Pero son pocos lo que se ponen a analizar que, solo suceden estas situaciones, cuando se toma con moderación. Tiene que pasar, muchas veces, cosas drásticas para darnos cuenta. Nunca, hasta el día de hoy, lo había analizado. Me da gusto darme cuenta de ello sin que tenga que lamentar alguna desgracia, a pesar de que el dolor de cabeza es muy fuerte.
Ahora me pregunto, ¿cuándo comenzó a ser así?, a pesar de que no dependo todavía de él, pero no quiero terminar atado a una sombra que está detrás de mí siempre: el alcoholismo.
No me considero, todavía, un enfermo, pero no quiero llegar a serlo. Es muy relajante tomarse con los amigos, la novia o incluso estando con la compañía de un libro, una copa, dos o hasta tres, cuando sabes cuando es el momento de detenerte. Pero cuando se rebasa esa frontera que nos indica lo bueno de lo malo, es pertinente reconocerlo.
La perdida de un ser querido, como lo era mi mejor amigo, pudo ser el pretexto perfecto para erradicar de mí este, síndrome, si lo podemos llamar así. Paulatinamente estuve experimentando sensaciones de impotencia y eso estaba ligado directamente con la pérdida de mi casi hermano, como solíamos decirnos. Casi ocho años después de tan lamentable deceso, no mido los peligros que vivo al seguir con el comportamiento que tenía en aquellos tiempos. ¿Estaré preparado para otra muerte?
En estos últimos días han pasado algunas situaciones que me han llevado a recapacitar un poco acerca de seguir con esta actitud y está bastante claro, no hay otra manera de deshacerme de esto, sino con voluntad.
Como nos han enseñado durante muchos años, el alcohol es una de las drogas socialmente bien vistas. Es uno de los ingredientes casi necesarios para poder cerrar un negocio, un evento social importante, poner un poco de calor a una buena cena en pareja, incluso sirve como un desahogo cuando nos encontramos tristes. Pero son pocos lo que se ponen a analizar que, solo suceden estas situaciones, cuando se toma con moderación. Tiene que pasar, muchas veces, cosas drásticas para darnos cuenta. Nunca, hasta el día de hoy, lo había analizado. Me da gusto darme cuenta de ello sin que tenga que lamentar alguna desgracia, a pesar de que el dolor de cabeza es muy fuerte.
Ahora me pregunto, ¿cuándo comenzó a ser así?, a pesar de que no dependo todavía de él, pero no quiero terminar atado a una sombra que está detrás de mí siempre: el alcoholismo.
No me considero, todavía, un enfermo, pero no quiero llegar a serlo. Es muy relajante tomarse con los amigos, la novia o incluso estando con la compañía de un libro, una copa, dos o hasta tres, cuando sabes cuando es el momento de detenerte. Pero cuando se rebasa esa frontera que nos indica lo bueno de lo malo, es pertinente reconocerlo.
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