lunes, 4 de octubre de 2010

Quinto acto.

Caminar mientras escuchaba a Don Carlos, como ella le decía, era una emoción indescriptible. Aún cuando Regina sabía que todas las historias sin excepción era mentiras, lo que disfrutaba era la manera de narrarlas. En verdad la hacía viajar a esos lugares, que si bien pudieran ser reales, eran parte de un gran cuento disfrazado de realidad.
La aventura de hoy fue un poco más subida de tono. Carlos Padilla era hermético acerca de su vida, poco contaba sobre él. Al menos en primera persona. Regina creyó desde la primera vez que escucho una de sus historias, que hablaba de él mismo en tercera persona. Era como disfrazar su vida con una espesa cortina de niebla, para evitar evidenciar su oscuro e interesante pasado. Hoy no hablaba de policías siguiendo a algún chico. Ni del tendero que gustaba de cobrar de más a sus clientes en una zona indígena. Esta ocasión era especialmente agradable para ella, la manera en que describía cada unos de los escenarios. Carlos era una especie de relator erótico.
Caminaron hasta llegar a una de las bancas más alejadas del parque, que se encontraba justo en una de las esquinas, por dónde pocos se molestaban en pasar dado a los espeso de la maleza que crecía tras ella. Caminaron unos metros más adelante de la banca e inesperadamente Don Carlos regresó y se sentó.
Regina estaba extasiada por la historia e instintivamente avanzó hacia la banca y se sentó junto a él. Apenas a unos centímetros de que sus muslos se tocaran. Ella sintió un cosquilleo en su entrepierna. Él seguía con la historia...

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