miércoles, 6 de octubre de 2010

Séptimo acto.

Nunca imaginó que un hombre podría a volverle a interesar. Hasta ese día, los hombres importantes en su vida la habían hecho desdichada. Hasta esa tarde.
Mientras daba su acostumbrada caminata vespertina hasta la banca al final del parque, Carlos, un hombre maduro y de pocas palabras, tropezó con una imagen que le causó ternura y desagrado a la vez. Hasta para él fue raro eso.
La joven estaba sentada al pie de la banca, sobre los adoquines. La banca le servía de escritorio en el que había un rompecabezas, pero al contrario de los comunes, este era para desarmar. Un puñado de, lo que parecían cartas, por los pedazos de sobres que aún se alcanzaban a reconocer, estaban diseminadas por todo aquella improvisada mesa de trabajo. Cuando Carlos intentó conocer el rostro de la joven, que hasta ese momento sollozaba mirando el suelo, esta volteó de repente provocándole dar un brinco hacia atrás.
—Disculpe, esto no es asunto suyo— dijo con voz entrecortada por el llanto.
—Aún no—dijo Carlos extendiéndole la mano, más para que se incorporara, que para saludarla, —pero si me lo cuentas, eso podría cambiar.
Sin siquiera poner atención en el brazo extendido del extraño, Regina se incorporó.
Él sonrió.

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