Desde que enviudó, don Rubén tenía la esperanza de que el
tesoro que construyó con su amada Toñita, fuera a parar en manos de alguno de
sus hijos. Lamentablemente ninguno de ellos estaba interesado.
Rubén fue un joven aventurero y sobre todo, soñador. Cuando
cumplió 25 años, Antonia se volvió su obsesión, pero ella estaba casada. La
suerte siempre lo acompañó y por esos años, un gran incendio en el pueblo cegó
la vida del dueño del almacén central y dejó viuda a la joven. Rubén se
apersonó en primer lugar para consolarla. Desde ese momento todo fue un gran
amor.
Temporadas buenas, regulares, malas y deplorables vivieron a
lo largo de su matrimonio, pero él siempre estuvo atesorando cosas, con la
esperanza de que en el futuro, cuando hubiera carencias, esos ahorros los
sacaran de la crisis. Nunca más hubo tiempos difíciles. Pero siguió con su
colección de tesoros, como lo llamaba.