martes, 27 de agosto de 2013

Sexto acto... El tesoro

Desde que enviudó, don Rubén tenía la esperanza de que el tesoro que construyó con su amada Toñita, fuera a parar en manos de alguno de sus hijos. Lamentablemente ninguno de ellos estaba interesado.

Rubén fue un joven aventurero y sobre todo, soñador. Cuando cumplió 25 años, Antonia se volvió su obsesión, pero ella estaba casada. La suerte siempre lo acompañó y por esos años, un gran incendio en el pueblo cegó la vida del dueño del almacén central y dejó viuda a la joven. Rubén se apersonó en primer lugar para consolarla. Desde ese momento todo fue un gran amor.

Temporadas buenas, regulares, malas y deplorables vivieron a lo largo de su matrimonio, pero él siempre estuvo atesorando cosas, con la esperanza de que en el futuro, cuando hubiera carencias, esos ahorros los sacaran de la crisis. Nunca más hubo tiempos difíciles. Pero siguió con su colección de tesoros, como lo llamaba.

A la larga, sus hijos, su esposa e incluso su pequeña nieta, fueron acostumbrándose a vivir con historias de grandes riquezas. Nadie nunca, ante la falta de pruebas, creyó esto. Sólo, el ya viejo Rubén, seguía insistiendo en que lo que tenía en su poder, era el tesoro más grande jamás visto.

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