martes, 13 de agosto de 2013

Cuarto acto... El primer encuentro

Don Rubén enviudó tres años atrás y fue devastador. Sus tres hijos, Lidia, Micaela y Rubén nunca más volvieron a la casa, materna. El dolor de perder a su madre después de años de pelear contra su enfermedad que invadió a todos, de una u otra manera, obligó al viudo a mudarse a casa de Lidia y vivir recluido en su cuarto los siguientes 5 meses. Algún día, Ángela, su nieta mayor, le pidió la llevara al parque a jugar y no tuvo más remedio que hacerlo. Era la única ilusión que en ese momento tenía. Y fue gracias a su nieta que conoció a Rebeca. Eran casi las siete de la tarde cuando la vio aparecer en la plaza, con aquella imagen que parecía salida de cuento. Podría pasar por su hija, y por qué no, por su nieta, pero la ilusión de un hombre viudo y sobre todo, calenturiento, le hizo verla como una mujer. Sintió que volvía a sentir. La mañana siguiente sorprendió a Edgar, su yerno, cuando le pidió lo llevara al centro comercial para comprar un par de camisas porque no quería salir con esas tan viejas que tenía, como ahora las veía. Claro, Edgar no pudo contener su sorpresa y accedió a llevarlo, no sin antes platicarlo con su esposa. Lidia sintió una inmensa alegría al recibir la noticia. Esa misma tarde, el viejo lucía camisa nueva y se apersonó en la plaza acompañado de su nieta a la misma hora del día anterior. Cuando llegaron, sin dejar de echarle una que otra mirada a su nieta, fue con el bolero, con la de las frituras, con el policía y en poco tiempo supo la rutina de aquella mujer de la cual, hasta ese momento, desconocía todo. Y sí, casi con puntualidad inglesa, la vio aparecer por ese extremo del jardín al cual miraría, a esa misma hora, los próximos dos años por la tarde. Claro, sólo de lunes a viernes.

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