jueves, 28 de junio de 2007

Carta de despedida

Hoy me despedí de mi padre. Hoy, por única ocasión desde hace varios años, no lo llamaré “el papá de mis hermanos”, porque tuvo el valor de decírmelo a la cara: pronto me voy a morir. Esta noticia en cualesquiera de los que estén leyendo podría causar estupor, pero creo que soy inmune a ese tipo de informaciones. Se que todos nos vamos a morir algún día.

Dentro de mí, esto representa una enorme responsabilidad moral. Una parte de mi sabe que lo extrañara, la cuestión es que no se de qué manera. Claro que nunca podré quitar que fue, perdón, sigue siendo mi padre, pero las culpas por sentirme herméticamente lacónico hacia eso no me perturban. No se si sólo es cuestión de tiempo para saberlo.

En otro tipo de situaciones, de vida, quizás, pude haber tenido una familia estupenda. Vivir en una casa de ensueño, con mis hermanos y que la vida fuera toda felicidad. Pero no fue así. Así que reacciono de la manera que se.

Y algunos se preguntarán, ¿qué demonios me interesa si el papá de este cuate se va pal otro lado? Los comprendo muy bien, porque yo me pregunto lo mismo. Quizás fue la noticia que me llegó de golpe, saber que él ya está resignado a que en cualesquier momento se puede morir. No lo se. Como lo comenté anteriormente, eso lo sabré cuando lo inevitable suceda. Además ustedes saben que aquí escribo lo que en el momento siento, lo que de mi cabeza fluye hacia mis dedos y se estampa en las teclas negras de este aparato moderno.

Pero quizás sea un buen momento para decirle: te deseo lo mejor el resto de tu vida.

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