lunes, 2 de julio de 2007

Perdiendo la esperanza

Los seres humanos somos dependientes del dolor. Cuando algo nos hace feliz, sabemos que cosas hacer para arruinarnos el momento. En la mayoría de las ocasiones, los individuos somos adictos a la sensación de sufrir, de sentir que parte de nuestro cuerpo se está resquebrajando pedazo a pedazo y no hacemos algo para que cese.
En algunas otras ocasiones podemos ser autovictimas sin saberlo. O sin intentar, siquiera, aceptarlo. La autocompasión es uno de los grandes remedios para poder culpar a los demás de lo que sólo uno mismo está provocando. Mientras nos hundimos en miles de explicaciones absurdas, que sin duda serían envidia de cualquier escritor de dramas, el sentimiento de sufrimiento nos consume hasta los huesos, hiere el alma y es capaz de enviarnos al más profundo infierno por el hecho de no aceptar que la falla está en nosotros mismos. (Si alguien me puede dar la definición exacta y creíble de la palabra alma, se lo agradecería, y mientras tanto sigamos pensando que es esa cosa que nos “hace” humanos)
Hace días pensaba en el verdadero dolor, en el que en verdad se sufre y no el que es sólo un recurso barato que usamos los mortales decadentes de razones coherentes para vivir, en el que en verdad mata, en el que alienta a no querer vivir, por el hecho de no tener una vida. El hambre, los refugiados de guerras, los mutilados por estas dos causas anteriores. Para mí esto es un dolor verdadero. Así que basta de fingir algo que no está pasando. Si en verdad queremos ser victimas de nosotros mismos, hagámoslo, tenemos ese derecho, pero no es válido estar dando lástima para que nos den consuelo de algo que ni siquiera debamos de darle importancia. Es decisión de cada quien.

*Nota: Cualquier parecido con la coincidencia, es mera realidad.

No hay comentarios.: